Desde Fiambalá hasta Antofagasta de la Sierra, pasando por los volcanes, los salares, las dunas y los pueblos artesanales, Catamarca despliega un abanico de escenarios que parecen sacados de otro planeta.

Los 6.000 del mundo -como se conoce a sus volcanes que superan esa altitud— son un imán para montañistas de elite, pero también para viajeros contemplativos que buscan inmensidad sin filtros.

El Paso de San Francisco y el Campo de Piedra Pómez son postales de otro tiempo y otro mundo. La ruta que une Tinogasta con el límite chileno regala paisajes que impactan: lagunas altoandinas, flamencos rosados, vicuñas en libertad y cielos que en la noche parecen respirar. Son territorios extremos, pero accesibles, con servicios en crecimiento y comunidades que apuestan al turismo responsable y consciente.

La capital provincial también renueva su perfil: con una nueva oferta hotelera, museos, cafés y espacios culturales, la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca recibe a visitantes con ritmo tranquilo, gastronomía típica y arquitectura que combina lo moderno con lo colonial.

El turismo religioso tiene aquí una de sus grandes referencias nacionales: la Virgen del Valle, patrona del NOA, convoca multitudes en abril y diciembre. Pero el fenómeno va más allá de lo litúrgico: hay un sentido espiritual que atraviesa toda la provincia, desde la devoción hasta la conexión con la tierra.

Catamarca no se vende con promesas sino que se muestra sin artificios. Sus rutas invitan a perderse y a descubrir, no a llegar rápido. Su pueblo recibe sin apuro y con generosidad. Es una provincia que no se visita: se vive. Y quien la conoce, vuelve.

Para operadores y agentes de viajes, Catamarca ofrece la posibilidad de diseñar productos únicos, con paisajes poco masivos, alta calidad emocional y grandes oportunidades de expansión. En un contexto donde el turismo de interior y los destinos con identidad propia son cada vez más valorados, Catamarca se proyecta como uno de los secretos mejor compartidos del mapa argentino.