El principal problema es causado por los miles de visitantes que posan frente a la sucursal de la tienda Lawson’s, una cadena comercial nipona, para tomarse una foto que refleje el contraste entre las luces de neón del local con la tranquilidad de la montaña Fuji por detrás.
Al comunicar la medida, el gobierno local alegó que no existe otra alternativa para proteger la calidad de vida de sus ciudadanos e integridad física del espacio y los recursos naturales del pueblo de Fujikawaguchiko.
El turismo en Japón tuvo un crecimiento exponencial desde la reapertura de sus fronteras al concluir la pandemia de Covid hasta alcanzar su récord histórico de visitantes en marzo pasado.
Este flujo de turismo masivo dañó la tranquilidad de muchos sitios emblemáticos como el Monte Fuji, un Patrimonio Mundial de la UNESCO.
La presión sobre estos lugares ha provocado erosión, contaminación y una serie de impactos negativos sobre el medioambiente local, impulsando a las autoridades a implementar políticas más estrictas como cuotas diarias y tarifas obligatorias para los excursionistas.
En un contexto más amplio, Fujikawaguchiko no está solo en su lucha contra las consecuencias del turismo descontrolado. Ciudades como Hallstatt en Austria y Venecia en Italia implementaron medidas similares para mitigar el impacto del turismo en sus comunidades.
Estas acciones van desde la construcción de barreras físicas hasta la implementación de tarifas de entrada, todas destinadas a preservar la calidad de vida de los residentes y la autenticidad de las experiencias turísticas.
A partir del lunes 1° de julio próximo, el gobierno japonés cobrará una entrada de 2.000 yenes –el equivalente a trece dólares- a cada persona que ingrese al sendero Yoshida para subir al monte Fuji cuyo acceso estará limitado a un cupo máximo de 4.000 visitantes diarios.
Ubicado en la prefectura de Yamanashi en el centro de Japón a cien kilómetros de la capital Tokio, el monte Fuji es la cima nipona más alta gracias a sus 3.776 metros sobre el nivel del mar.